martes, 24 de mayo de 2011

Los hijos de la medianoche

Saleem Sinai nació con un pepino por nariz, las sienes abultadas como si pretendieran evadirse y un mapa en la cara que describía un continente constantemente escindido. Llegó a este mundo con un dedo que huyó de la ruina fisonómica y nueve que no, con dos piernas cortas que siempre estuvieron dispuestas a acercarlo al lodo y con un torso largo que le permitió dormir entre las nubes. Un par de ojos azul británico impregnados de nostalgia y secreto velaron una sombra congelada oriunda de cachemira y una sinusitis colosal abrió un camino directo a su cerebro y le permitió una comunicación directa con la historia. Pero además, Saleem Sinai nació un día especial y a una hora mágica. Congregándose el suyo con 1001 nacimientos más.
El 15 de agosto de 1947 a la medianoche nacen los 1002 protagonistas de este relato. Los hijos de la medianoche. Y nacen con historias y virtudes muy especiales. Personajes que pueden comunicarse de manera telepática, o mover objetos, o aparecer y desaparecer. Nacen niños que vuelan, o que levitan, otros de adultos son magos y brujas auténticos. Nace el niño-guerra con rodillas estranguladoras y una niña que es tan bella que tienen que marcar su rostro con nueve navajazos para evitar que su luz hechice y envié a los hombres al suicidio descorazonado. Nacen, algunos, con dos cabezas y con tres corazones. Nacen otros que viajan por superficies de espejo y otro que hacia atrás y hacia adelante se divierte como testigo del tiempo. Pero nace también uno que se convierte en nación. Aquel día, en aquella mágica hora nace, también, la India.
Salman Rushdie relata en su libro una alegoría deslumbrante. Nos narra la historia del nacimiento de una nación, la India, a través de la mirada telepática y el olfato extraterreno de Saleem Sinai. Nos hace testigos del nacimiento, de la niñez, de la adolescencia y de la adultez de un continente.
Salman Rushdie es su sueño y su sueño es una obra generosa, un paradigma literario, un drama poseído por cientos de lenguas, miles de religiones y millones de seres que evolucionan mientras se vuelven adultos.
La grandiosidad de esta obra se fundamenta en la prolijidad de la palabra y la claridad de la historia. La mente de Rushdie es un lugar privilegiado donde radica la glosa, donde las ideas se conocen, donde la metáfora crea la realidad.
Durante un poco más de dos semanas estuve lejano del mundo que me conoce. Mis amigos, mi familia no entendía que podía estar pasando. La ausencia, a pesar del cuerpo, empezaba a definir mi existencia hasta que llegue a las palabras finales de esta novela. Entonces, dejando un mundo real maravilloso, donde la historia se sentaba sobre un banco de piedra para escuchar a Saleem Sinai contar el nacimiento de los hijos de la medianoche; donde el tiempo se detenía durante treinta años para dejarnos observar con la paciencia del ancestro la vida de una nación muy peculiar; donde los sueños de los personajes pugnaban, como en un concierto de música, por estar en primera fila y extasiarse en la creación de Rushdie. Entonces retorne a mi realidad. Y la nostalgia por aquel mundo único, que en realidad existe dentro del cosmos de los sueños, empezó a extenderse como una sabana con un hoyo central que me deja vislumbrar solo un fragmento de lo esconde. Aquella mágica realidad que dio origen a una nación impresionante.
Los hijos de la medianoche debe leerse tomando en cuenta que una nueva metáfora reestructurara nuestra realidad y esta no dejara de percibirse a cada instante.

Los hijos de la medianoche - Salman Rushdie


Imprescindible



domingo, 1 de mayo de 2011

El elogio de la sombra

Las tinieblas son el mejor lugar donde la belleza reposa. Y cuando la sombra germina al final de un rayo de claridad todo lo bello se hace más antiguo, más contemplativo y más perfecto. Es como si ella (la belleza) mostrara debajo de su piel una superficie de secreto. Imagínenla totalmente expuesta a la luz, revelando todos sus misterios. Nosotros los occidentales nos sentiríamos deslumbrados, como saturados del brillo que llega a nuestros ojos, a nuestra alma. Pero sabríamos todo sobre ella, sus orillas soleadas, sus profundidades deshabitadas, sus hoyos sin miradas entornadas y sus pliegues llanos como una planicie que nada oculta. Por el contrario, ubiquemos a la belleza en un rincón donde habita la sombra, pero de aquellas profundas e inexorables. Perciban sus esquinas que doblan a la izquierda y a la derecha o quizás que no doblan, figuren los mil rostros entremezclados que nos miran desde hace mil años, comprendan, finalmente, que es imposible prescindir de aquella fuerza que nos atrapa en una ensoñación perpetua.
De la belleza y de las tinieblas nos habla, en este impresionante ensayo, Tanizaki. Nos describe un mundo casi extinto, con seres humanos que aman tanto las formas, que han inventado para ellas un espacio eterno donde contemplarlas por milenios. Pero ese Japón que nos relata Junichiro Tanizaki es una especie echada a la muerte. Una bestia noble que espera el último instante con su piel erizada y su sombra decidida a fijarse en el mundo. Como un lacre de leyenda. Como una cruz que siempre vera a miles hincados delante de ella.
Tanizaki para hablarnos de la sombra nos traslada al rincón más alejado de una casa japonesa, de aquellas con aleros gigantes, tan enormes que proyectan una espectralidad solidad dentro de sus habitaciones. Y nos hace viajar hasta ese espacio para mostrarnos a la mujer japonesa. De una blancura tan sobrecogedora que la percibimos como una gema que brota de la oscuridad. Nos habla del idioma, y de la comida, de los retretes y del lacado. Nos convence de que el oro brilla más en la penumbra y que esta se materializa en una infinidad de texturas cuando reposa sobra la belleza, como lo hace la luz al atravesar un prisma y disgregarse en todos los colores.
Junichiro Tanizaki es un escritor extraordinario con un entendimiento milenario de su cultura y con una sensibilidad serena e penetrante, como la de los ancianos que buscan siempre en el pasado el paraíso perdido.
Este es uno de los mejores mensajes que he leído y les aconsejo que lo busquen, como quien está dispuesto a ser testigo de un pequeño milagro. Cuando lo tengan entres sus manos revuelvan el lugar elegido hasta encontrar un buen rincón, de aquellos donde la sombra se hace cálida. Sobre una silla o un sofá cómodo y bajo una luz oscura disfruten de uno de los mejores escritos que se han creado.

El elogio de la sombra – Junichiro Tanizaki


Imprescindible