sábado, 28 de enero de 2012

Aura

Descubren desde el comienzo que Felipe Montero es un vehemente exhumador de documentos y folios rancios, que ha estudiado en la Sorbona y que escudriña el idioma francés como un conquistador de tesoros. Leen que ha sido seducido por un anuncio en el periódico en donde se solicita, por el triple de su perspectiva salarial, a un joven historiador dispuesto y diligente.
Mientras ingresan en la historia lo ven acudiendo a la cita, conociendo a la señora Consuelo en la penumbra de una habitación que se pudre de añoranza y vejez, recibiendo de ella la misión de organizar, articular y publicar, antes de su muerte, los papeles del general Llorente, su marido muerto hace sesenta años. Perciben la duda en Felipe, las ganas de salir de aquel lugar que lo encierra, sienten su negativa germinando en todo su cuerpo y de pronto, frente a él, frente a ustedes: Aura.
Conocen a Aura y cuando la ven, como lo hace Felipe, se sienten perdidos, se diluyen en aquellos ojos verdes eternos, y su voluntad, mientras leen, es el reflejo de la voluntad de Felipe que ha quedado apresada en aquella jaula de oscuridad y ansiedad.
Entonces, ya no pueden dejar de leer. Y seguirán haciéndolo hasta el final con una liviana esperanza de libertad. Con aquella angustia del fugitivo, de abandonar aquel lugar subterráneo en donde Carlos Fuentes los ha encerrado junto a Felipe Montero.
Charlie Parker, uno de los más legendarios creadores de música de nuestra época, un saxofonista y compositor de jazz portentoso, el mejor desde el corazón de algunos, dijo alguna vez: Domina tu instrumento. Domina tu música. Después olvídate de toda esa mierda y toca. Carlos Fuentes es un prodigio de la lengua castellana, un dominador del espíritu del idioma y un hacedor de la ficción perfecta. Para Parker, el dominio de tu gusto interior, de tu universo, te da aquella libertad para crear que te convierte en un genio.
Carlos Fuentes es de aquel tipo de genio que no perdona tu desinterés, te toma de los bordes de tu gozo y te introduce con deleite o por la fuerza, en sus historias. Frente a este hacedor la parálisis es inadmisible, al contrario, la movilidad de pensamientos y sentimientos y su fusión sin cordura dominan la relación del lector con su obra.
Aura es una novela perfecta. La pericia de Fuentes es una cualidad fuera de este mundo. La imagen domina la mente del lector, el ambiente creado es una invitación peligrosa e insidiosa. El punto de vista del narrador es una invitación mayor. Uno no puede replegarse en la desgana.
Son tomados como seres inanimados, sobre los cuales se despliega un viento vital. Son lectores de barro que al convertirse en testigos de la historia de Felipe Montero, cobran vida y se descubren leyendo una de las más impresionantes obras escritas por un ser humano.

Aura – Carlos Fuentes


Imprescindible 

miércoles, 4 de enero de 2012

El sueño del celta

Roger Casement llegó al Congo acompañando las expediciones gestadas por la ambición de Leopoldo II, Rey de Bélgica. El idilio inicial, del que dejaba contagiarse, empezó a transfigurarse y el civismo de la misión mostró sus primeras desproporciones. Las fisuras, antes maquilladas por un afán de llevar el desarrollo a los rincones más necesitados, crecieron a tamaños absolutos mostrándole lo que el hombre Europeo había hecho del Congo. La tortura, la mutilación, la violación y la aniquilación de todo un pueblo impulsado por aquella actitud exclusiva del hombre civilizado: la codicia. Toneladas de caucho salían ensangrentadas a través de los puertos africanos, miles de congoleses desaparecían o perdían dedos, manos y falos.
Veinte años después y debido a la gran importancia alcanzada por el informe escrito a partir del genocidio congolés, le es encomendada otra investigación de similares características. Esta vez en la amazonia peruana. Casement, junto a una comisión de investigación, se interna en la selva y descubre el horror. El exterminio de tribus, la dedicación exacerbada por la amputación y el castigo, la crueldad redefinida y extendida a un grupo de seres humanos que en menos de veinte años dejaron de ser cien mil para convertirse en una masa degenerada, dispersa y idiotizada de apenas tres mil miembros. Cientos de mujeres y niños Huitotos, Boras, Minanes, Ocainas, Nonuyas, Andoques y Resígaros sometidos a infinidad de vejámenes, tiranizados, violados, torturados mientras los esposos y los padres exprimían el látex de los árboles de caucho.
A lo largo de la vida que decidió vivir, Roger Casement fue descubriendo que la búsqueda de justicia lo había llevado a continentes lejanos, lo había expuesto a las más grandes crueldades y le había permitido participar en sus resoluciones. En sus últimos años descubrió aquella lucha que sería la última y la más importante: la libertad de Irlanda, su nación.  
Mario Vargas Llosa es un escritor prodigioso. Construye mundos completos, tramas logrados, personajes inigualables y vivos. En donde cualquiera apenas respira el aroma de una aventura, MVLL sueña con una verdad ilimitada, con una humanidad alterna y con un tiempo que fluye sin restricción, como si fuéramos testigos del caudal irrestricto de un rio sin origen y sin fin.
Los escritores innovamos las realidades, a veces materializamos pensamientos redondos y disfrutamos de aquella perfección. MVLL es uno de los escritores más eficientes en la creación de realidades convincentes. El poder de persuasión que rodea, interna y proyecta sus novelas genera un campo magnético que acomoda todas las piezas de su maquinaria y nos permite disfrutar de aquellas realidades que deseamos, aquellas alternas a la historia que preferimos hacer nuestras.
El sueño del celta es una obra grandiosa. Es una construcción total que respira sola. Es como un ser viviente que se muestra completo y vigoroso. Nadie pregunta cómo funciona, de que está formado, si hay carne y fluido o tuercas y aceite en su interior. Su creador lo ha inventado para que nosotros solo lo contemplemos y no nos preguntemos sobre el misterio de su creación.

El sueño del celta – Mario Vargas Llosa

Imprescindible

domingo, 1 de enero de 2012

Los pichiciegos


Se dijo que durante la guerra que libró Argentina contra Inglaterra por el dominio de las islas Malvinas, estas estaban perforadas por innumerables hoyos camuflados por el barro y la nieve. Se dijo, también, que estos hoyos eran la salida de una red de túneles y socavones poblados por una especie de seres engendrados por la guerra llamados pichis. En realidad era una referencia local a unos animalillos peludos de ojos asustadizos que viven enterrados huyendo de la luz y el sonido y que cuando son sorprendidos toman su cola entre los dientes y se enroscan como un balón con uñas cortas y duras.
Los argentinos y los británicos no veían, en realidad a quirquinchos o mulitas, como les dicen en algunos lugares, sino a seres fantasmales que se ocultaban entre las sobras y que habían generado innumerables historias sin explicación. Y la verdad es que no eran muchos y que las dos islas principales no tenía una red de galerías y zanjas. Los pichis eran soldados argentinos, la mayoría provincianos que nunca pasaron de treinta. Dirigidos por los jefes, que fueron tres, cuatro y hasta cinco, observaron desde la pichicera el devenir de la guerra y actuaron, exclusivamente, con el único propósito de sobrevivir. Así que se les veía, en realidad solo se sospechaba de su presencia, tanto en los cuarteles británicos como en los campamentos argentinos, traficando información por encendedores, fideos, carbón, cigarrillos, cervezas, estufas, entre todas las cosas que podrían necesitar para sobrevivir en la pichicera.
Y como las mulitas o los quirquinchos, tenían un especial sentido de la oportunidad e instintos que se manifestaban sin escrúpulos. Era una manada de distintos seres humanos que estaban dispuestos a autorregularse para sobrevivir. Cuando un pichi era herido o enfermaba era expulsado sin contemplación para helarse muy lejos de la entrada de la guarida.
Rodolfo Enrique Fogwill es una forma perturbada, un nigromante exaltado, una entidad extravagante y además, para suerte nuestra, un escritor desquiciado. Su engendro es una literatura distinta, una visión soportada sobre las palabras, aquellas que transformadas se convierten en símbolos de un nuevo lenguaje, uno que nos obliga a leer desde un estado primitivo, y hace sentirnos aprendices de su comedia, como si nos mirara atónito bajo el lente de un artefacto rúnico.
Cuando leemos Los Pichiciegos nos alteramos hasta el nervio. Vislumbramos una cualidad desusada de vivir la guerra, un signo dislocado de la realidad que siempre formamos. Pero no solo nos impacta la historia, Fogwill nos entierra en la Pichicera, nos transforma en otro pichi tratando de sobrevivir hasta el final de la lectura.
El maleficio de Fogwill se difunde más allá de la narración y convierte su literatura en otra forma insólita de contar. La novela confina el deleite entre sus líneas y al hacerlo, su sustancia se hace corpórea como si estuvieras frente al último pichi sobreviviente y este, desacostumbrado al brillo de la vida y al silencio de la ciudad, nos relatara su vida.

Los pichiciegos – Rodolfo Enrique Fogwill

Imprescindible