domingo, 26 de agosto de 2012

En el nombre de la madre


Miriam recibe la visita de un espíritu que le anuncia que va ser madre. Un viento en forma de hombre que la saluda en su casa. Ella apenas se da cuenta que es un ángel cuando ya se ha ido. Percibe el don que le ha revelado y la ausencia que ha dejado. Horas después y en el mismo momento que Miriam le cuenta a Iosef que está embarazada, imagina las consecuencias legales de la noticia: una promesa rota antes del matrimonio. Iosef la mira sin reproche y le pide que recuerde todo. El necesita las palabras más que nunca, para referirlas, para defender a su amada. Observa que la situación es muy complicada. Si las circunstancias se hubieran dado en el campo, ella no estaría baja la amenaza de un empedramiento feroz debido a que todos hubieran entendido que en la soledad de las afueras no podía clamar por ayuda. Pero de ocurrir en la ciudad y no pedir ayuda el escenario se complicaba. Ella debió anunciar el crimen para que los vecinos acudieran a testiguar la humillación. Se detuvo por un instante. Regreso sobre sus palabras y desesperadas intenciones por salvarla y, como un golpe seco y contundente que te hace mirar el mundo desde una perspectiva oculta, le creyó. Absolutamente. Miriam vio el rostro de Iosef y se llenó de ternura y gratitud. Se sintió entendida, tan libre de la sospecha injusta.
“Iosef es un ingenuo”. “Iosef no es un hombre”. “Iosef ha infringido la ley. No ha recurrido a las leyes de los celos”. “No está celoso, se la queda así, llena de otro”. Las personas y las autoridades de la ciudad despreciaban e insultaban a Iosef. Lo someten al desprecio más brutal, pero no pueden hacer absolutamente nada contra él y su familia. Aquel rostro ahuyenta a todos y los arrincona hacía el susurro y el rumor. Nadie lo enfrenta, el desprecio repta tratando de convertirse en sombra, lejos de su mirada. Miriam siente como Iosef se deja lapidar en su lugar y ella quiere estar a su lado y besarle las manos.
“Mirad que aires de santurrona”. “Ya me gustaría ver a quien se parece ese bastardo que lleva en la tripa”. “¿Qué patraña ha contado? ¿Algo del Salvador, hijo del ángel? ¿Os imagináis qué risa si sale niña?” Decían, a escondidas, las mujeres de Nazaret mientras le miraban la tripa. Deseando su desgracia.
Miriam y Iosef están juntos. Viajan a Belén. Él la toma de la mano, aquella que pudo haberla acusado, aquella que pudo haber sido la primera en alzarse para lapidarla por adultera. Ahora la de ella por fin descansa dentro de la de él. Y mientras viajan juntos y amados, el niño que crece dentro de ella empieza a quererla y ella a adorarlo. Le habla del sol y como, protegido por el agua de su regazo, él puedo contemplarlo. Le cuenta de la noche y como esta está llena de una multitud de madres iluminadas que se llaman estrellas y que de todas ellas, solo ella es para él. El niño llena sus pensamientos, respira por ella, huele el mundo a través de ella.   
Erri de Luca
Erri de Luca es un escritor italiano con una sensibilidad atenta. Una capacidad de internarse en el núcleo del sentimiento y dotar con las palabras una obra que acaricia nuestra lectura. Su novela es un punto de convergencia que sintoniza las palabras que resuenan melodiosas en nuestra mente con los pulsos de nuestro corazón. Su historia esta vestida de algo parecido al amor a primera vista. Recorremos la trama sin detenernos. Nos separamos de nuestro mundo, no para aislarnos y huir, sino para comprender otra realidad, menos arrebatada y más incondicional.
En el nombre de la madre es una novela corta de una reverberación generosa. Se desprende de inmediato del melodrama y redefine la ternura en la lectura. Nos halaga mientras la leemos. Es un ser que da cuenta de su creación. Nos convoca desde la conmoción, por eso sus justas palabras, las mínimas imprescindibles. Es solaz y armoniosa. Nos pregunta qué haríamos en el nombre de la madre. Si procederíamos como Iosef, que sonreía y sabia decirle si a Miriam y no al resto del mundo. Esta obra de De Luca es una delicadeza de la literatura contemporánea que no pueden perderse.

En el nombre de la madre – Erri de Luca


Imprescindible


miércoles, 15 de agosto de 2012

El tiempo entre los dientes


El tiempo entre los dientes es un libro que nos habla sobre la entereza más allá de la resistencia. De una vida que transita por el dolor y la felicidad. Que es oscurecida por las lágrimas y encendida por las sonrisas. Una historia plena de pruebas difícil y logros maravillosos. Es un testimonio de una vida de lucha, de caídas, de amor, de dolor, de esperanza, de inquietud, y de conquista. Pero aún más, de la fuerza de los vínculos, de los lazos entre las madres y las hijas, entre los hermanos, entre los padres y los abuelos, entre los esposos.
Carla See nos relata de forma sencilla, familiar y ágil su historia. Desde su infancia mirando el mundo a través de los ojos de Jean Paul, su hermano, al cual, por un riñón, todo su amor y el desprendimiento más inolvidable, está más unida que nunca. Inolvidables anécdotas que no nos permiten prevenir la primera vez que el mundo se le vino abajo cuando sus padres les anunciaron su divorcio. Nos habla, como si estuviéramos tomándonos un café y con mucha intimidad, de su madre, que es capaz de convertir cualquier situación en una fiesta, siempre con aquel toque personal que tiene y que le enseñó a nunca dejar de apostar por lo que uno quiere. Como frente a la imposibilidad de salir embarazada que solucionaron con un amor que va más allá de lo heroico y en donde Jenny, su madre, gestó durante nueve meses a la hija de su hija, Daniela. También nos presenta a Luis Eduardo, su esposo, que nunca permitió que los venciera la pena y el miedo. Y a Pavel su padre, digno representante de aquellos hombres que nunca perdieron la garra y las ganas de vivir y que han transmitido aquellas virtudes a sus descendientes.
Carla también nos cuenta sobre su abuelo y las ganas de reencontrase con su familia sobreviviendo a los infiernos de Terezín y Auschwitz. Y finalmente, nos habla de Daniela y aquella lección que con mucha creatividad le muestra y que es la médula de su historia: “la fuerza interior y la mente positiva son tan importantes como el hacernos cargo de nosotros mismos, ya que no sirve de nada ir por el mundo culpando a los demás, cuando somos solo nosotros los que nos encontramos en control de nuestras propias vidas”.
El ser humano es un poso de deseos insondables. Su mente bulle de propósito y de imaginación. Pero como para que las cosas sean un poco más interesantes construyen una barrera que separa el pensamiento de la intención. Y para garantizar, aún más, lo infranqueable lo cementan de victimismo y subestimación. Así, pudiendo hacer realidad todo lo que deseamos, nos negamos a creer que podemos y para ello nos inventamos las limitaciones con más sinsentido que imaginamos. Así transcurre generalmente nuestra vida, sin dinero, sin amor, sin poder, con problemas y con mucho drama. Aquel que nos hace sufrir por años y al cual nos hacemos adictos.
Si tenemos claro que lo que digo es una característica muy común que nos une como seres humanos, ahora nos es fácil definir a los héroes o, en este caso, a las heroínas. Y es que creo que los héroes son aquellos seres humanos que viven con la mayor naturalidad posible el tiempo entre los dientes. Con fuerza, con tenacidad, con esperanza, con intención y acción.
A pesar que he tratado de ser lo más medido posible, no he podido dejar de ser tan elogioso con el libro. Entenderán al terminar de leerlo que hemos tenido la suerte de conocer en esta vida a Carla See y aún más suerte de haber sido tocados por aquel rose de entereza que va más allá de la resistencia.


El tiempo entre los dientes



El tiempo entre los dientes - Carla See

Imprescindible


sábado, 4 de agosto de 2012

El hielo


Gorobovetz, Uránov y Rutman toman a los dos hombres que han secuestrado y los atan en dos columnas de cemento que soportan el techo de un almacén oscuro y abandonado en las afueras de Moscú, cerca de las doce de la noche. Les arrancan las camisas y exponen sus fríos y pálidos pechos. Sus bocas están silenciadas por gruesas mordazas y sus miradas están tan abiertas que parecen salirse de sus cuencas. Los cinco, secuestradores y víctimas, son rubios y tienen los ojos azules.
Uránov se coloca los guantes y toma entre sus manos un artefacto que tiene la apariencia de un martillo de mango de madera y cabeza de hielo. Lo ha tomado de dentro de un cofre lleno de escarcha que Rutman ha extraído del auto y ha depositado sobre el suelo. Lo levanta sobre su cabeza y lo estrella con todas sus fuerzas sobre el pecho del primer hombre. Los ojos azules de la víctima se desorbitan y pasa lo mismo martillazo tras martillazo hasta que dejan de hincharse. Mientras Uránov se afana en el ejercicio, Gorobovetz tiene pegado su oído al pecho del torturado, escucha muy concentrado, en un momento le habla a algo oculto en el interior: “¡responde!, ¡responde!”. “Esta vacío”, dice decepcionado luego que el último martillazo a destrozado por completo el pecho del muerto. Gira a su derecha y fija sus ojos esperanzados en el segundo hombre que ha visto la masacre y convulsiona de miedo. “Tranquilo hijo” le dice Gorobovetz antes de ordenarle a Uránov estrellar el martillo en el segundo pecho con la esperanza de no encontrar a su décima séptima oquedad, es decir, con el anhelo de descubrir a un hermano cuyo corazón responda.
Vladimir Sorokin
Vladimir Sorokin es un escritor ruso disonante, provocador y atrevido. Le asfixia las convenciones y no tolera la medianía y la levedad, especialmente de la Rusia de donde procede. Las palabras son exactas en su discurso y en su narración gélida, ha enmudecido el ruido. Como si hubiera cubierto de una capa gruesa de hielo la estructura de la novela y sobre ella o desde dentro de ella se deslizara sin restricción la trama violenta y pura. En ocasiones uno anticipa el vértigo que se precipita desde la historia justo a tiempo como para contemplarlo como testigo y no protagonista, como si uno se librara de un cubo lleno de hielo que cae a sus pies.
El hielo es una novela extraordinaria que hay que leerla también a contraluz. Es como si mostrara, con una luminosidad dirigida desde un ángulo distinto, una trama diferente. Debajo de la historia que muestra a una banda de asesinos, critica, descaradamente, la historia de la Rusia de los últimos cincuenta años: la respuesta acobardada del pueblo ruso y sus comisarios frente a invasión Nazi, la insensibilidad ante la miseria de la postguerra por parte de los autócratas imperecederos, la corrupción y las luchas de poder durante la stalincracia y sus errantes purgas posteriores, hasta la Rusia actual donde la prostitución, la juventud narcotizada, el contrabando ampuloso, el imperio del sicariato y la putrefacción los comercios ilegales conviven en una país dolarizado cada vez menos blanco y más obsceno.
Una de las características más notables de El hielo es la multiplicidad de lecturas que uno puede rescatar, entre ellas una de las que más llama la atención es como a través de una narración tan exacta y fría, el lector puede acercarse a entender la crueldad latente del victimario, el vacío gélido de aquella mirada que descansa sobre otro hombre al que le ha retirado toda cualidad de humanidad. Por eso le es menos difícil al lector comprender la irracional visión de subnormalidad que los nazis dirigían a los rusos y que ocasionó veinte millones de muertos o la visión exenta de sensibilidad que estos mismos depositaron sobre los judíos, a los cuales cosificaron y para los cuales inventaron la más brutal y feroz industria de exterminio que jamás alguna cultura humana se ha atrevido a planear, o, también acercarse a diferenciar la sanguinaria dedicación de los japoneses de Hirohito por definir a los hombres, mujeres y niños chinos con el nombre de Maruto, dándoles aquella cualidad que tienen los pedazos de madera por los cuales no se siente nada al estrellarlos contra el suelo, desangrarlos en canal y despedazarlos. Nunca podremos asimilar la brutalidad del verdugo, pero Sorokin nos acerca un poco a un entendimiento perverso y a la compresión sobre la facilidad que tiene el victimario para levantar el martillo asesino y asestar el golpe frio que siempre acompaña a la muerte.

El hielo – Vladimir Sorokin


Muy recomendable