David decide salir de Bogotá para
probar suerte en un lugar en donde sus obras pudieran tener acogida. Había
sufrido pobreza y desinterés en su ciudad y esperaba que Miami fuera diferente.
Se lleva a Sara, su esposa, y a sus tres hijos, Jacobo, Pablo y Arturo. Viven
en Miami tres años y las ventas de sus cuadros mejora muchísimo. Lo suyo es la
luz, en realidad, el descubrimiento de la luz en las oquedades, en las
superficies, en las fisuras, en los espacios vastos, sobre los fósiles, sobre
el polvo, sobre la inocencia, el movimiento y la sorpresa.
Se encima sobre ella y usando
pinceladas de lejos y de cerca la rescata del óleo, que a veces está dispuesta
y rendida a él, y otras, es esquiva y difícil de encontrar. Luego de llenarse
la vista de los Cayos y las ensenadas de la nueva ciudad decide encontrar la abundancia
en Nueva York y en el momento en que el mundo se abre a él, Jacobo, su hijo
mayor, sufre un accidente terrible que lo postra en el dolor más indigno y en
el sufrimiento más joven.
Desde su futuro septuagenario en
una finca de La Mesa a sesenta kilómetros de Bogotá, David, luego de dejar de
pintar para siempre, escribe, ayudado con una enorme lupa que desafía su pronta
ceguera, sobre los últimos días de Jacobo. Sara lo ha dejado hacía dos años y
la única forma de que ella se dejaba ver era cuando le llevaba flores a su
tumba. Así, que solo y con las ocasionales visitas de sus dos hijos una vez por
año, los recuerdos se agolpan en su vida como aquella luz intensa, abrumadora y
difícil de señalar.
Recuerda el último día en la vida
de su hijo, el viaje que hizo con Pablo, el único que lo acompaño, al encuentro
de un médico misericordioso con el que había pactado su muerte. Mientras sus
dos hijos viajaban hacía el descanso de la muerte del mayor, él y Sara, en su
casa, al lado del cementerio, esperaban
sin soñar la noticia del fin. Mientras pasaban las horas él se sentaba frente a
su último lienzo, no podía ver aquella la luz que se escapaba de la espuma que
creaba un ferri frente a las costas de la ciudad. Así se dispersaba la luz que
albergaba el cuerpo doliente de su hijo mayor.
Tomás González |
Tomás González es un escritor
colombiano de una destreza narrativa prodigiosa. Su prosa genera imágenes extraordinarias
que nos hacen olvidar las palabras y nos aloja con mucha calidez y potencia en una
historia emotiva, lucida y gráfica. Se dice de González que es una de las
plumas mejor guardadas de la Colombia postmoderna y La luz difícil lo demuestra decisivamente.
La luz difícil es una descarga al espíritu, es una detonación brutal
que se transforma en una contemplación soberbia sobre la vida. Al terminar de
leerla uno siente equilibrio y quietud. Se percibe mientras se lee la
genialidad que nos lleva al más profundo discernimiento del dolor y de la
belleza. Nos quedamos detenidos e impresionados cuando nos invade la calidez
del vuelo de los azulejos que juegan con la luz entre los frondosos arboles del
cementerio o el movimiento de mariposas que hacen los murciélagos en el
corredor de la finca al atardecer.
Muy pocas novelas han penetrado
con tanta intensidad en la hondura del dolor, como un haz luminoso y filoso sobre
la fragilidad y la belleza humana.
La luz difícil – Tomás González
Muy recomendable
No hay comentarios:
Publicar un comentario