Plata quemada - Anagrama |
Cuando el Nene Brignone y el
Gaucho Dorda aceptaron el trabajo nunca imaginaron que sería su última huida.
Siempre iban juntos y por eso los llamaban los mellizos. Eran eficientes,
gélidos y sin pulso. El Nene era delgado y largo, su perfil atemorizaba a cualquiera
que se encontrara con él, como cuando te acercan un escalpelo muy afilado a los
ojos. Su mirada estaba deshabitada, y especialmente cuando se acercaba a su
víctima y le cercenaba, de un solo golpe, la vida. A Dorda le decían el Gaucho
Rubio, era macizo, mecánico y feroz con los policías. Los mataba no por
deporte, sino porque los odiaba. Cuando se los encontraba en el medio de un
trabajito, los asesinaba y solo en esos momentos perdía su frialdad, pero
seguía siendo impresionantemente eficiente. El Nene y el Gaucho eran como
hermanos pero se daban licencia para revolcarse y besarse de vez en vez.
Disparan con los dos cañones, como se dice en los puertos, pero preferían a los
de su mismo sexo, en realidad solo se preferían a ellos mismos.
Malito era el cerebro de la banda
y cuando planeaba un asalto siempre se rodeaba de los mejores y los mellizos
eran los mejores. Pensaba cada detalle del asalto en la penumbra de un cuarto.
Cerraba todas las cortinas de la habitación porque la luz lo dañaba. Era difícil
tener con certeza una descripción de su rostro que casi nadie veía, pero que
todos se lo inventaban con cubos de hielo en lugar de ojos y con una boca que
nunca sonreía. La otra ficha invaluable del tinglado era el Cuervo Mereles.
Elegante, carismático y homicida, con una vida llena de mujeres a las que les
arrebataba la inocencia. Con una nariz que parecía un monumento y que en
realidad estaba corroída por la droga que no dejaba de entrar cada minuto del
día.
Juntos decidieron hacerse con una
fortuna impresionante para aquella época. Asaltar el Banco de San Fernando,
provincia de Buenos Aires y llevarse más de medio millón de dólares. Pero nada
fue sencillo y menos cuando los otros cómplices no recibieron su parte. Y
menos, aún, cuando los otros cómplices, los que estaban de espectadores, eran
el jefe de la policía y algunos políticos ilustres.
Ricardo Piglia es un escritor
argentino soberbio. Su narrativa es sencilla, locuaz y de crónica. En la
literatura castellana se ha convertido en un referente imprescindible. No solo
ineludible en la novela policial, también en la docencia del relato, de la
intriga. Su protagonismo en la narración de este hecho real que el convirtió en
novela, es palpable en cada página.
Plata quemada es una obra correcta, sobresaliente y amoral. Piglia
tuvo acceso a documentos confidenciales que describen y testifican el trágico
cerco que aguantó la banda de Malito. Y estos expedientes judiciales,
transcripciones secretas y declaraciones son transformados en una crónica
novelada de una calidad excepcional. El lector no deja pasar ningún detalle y
se abisma sobre la necrología con una voracidad que deja un sabor agitado
después del vertiginoso final de la historia.
Plata quemada no solo es una crónica muy bien escrita que narra el
fatal final de inolvidables personajes, también nos habla sobre la corrupción
sistémica e institucional, nos narra la ferocidad del ciudadano común que se ve
afectado por el olor de la plata quemada y reacciona como si hubieran intentado
extirparle el alma, reacciona con ira y brutalidad, mucha más que la que le
puede generar la muerte de un ser humano inocente.
Plata quemada – Ricardo Piglia
Imprescindible
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