jueves, 8 de marzo de 2012

El desbarrancadero

Fernando llega a su casa, aquella que fue su hogar, la de los sueños y la infancia. Abre la puerta que se cae después de medio siglo de portazos y se deja entrar en aquella añeja casa que ha aguantado a todos sus hermanos, los más de veinte que ha parido la Loca. La Loca es su madre, y la desprecia más que a la Muerte, que es su señora.
Fernando solo tiene un motivo para visitar aquella casa luego de tantos años de ausencia: su hermano Darío. Darío es el segundo de los casi treinta y además su compañero de toda la vida. Ahora está enfermo, se muere y Fernando busca en cada rincón de su memoria la cura, pero solo allá recuerdos. De cuando eran niños y lejos se encontraba el final del suelo y el inicio del desbarrancadero.
Fernando llega aquella de sus últimas veces y lo ve a Darío tendido debajo de una gran sabana que colocan sobre los cordeles de alambre que separan un mango y de un ciruelo. Debajo, embutido en una hamaca que parece estar formando un capullo perpetuo, Darío espera a que el SIDA se lo lleve a la otra orilla.
La fraternidad entre Fernando y Darío ha soportado el tiempo y la familia. Fueron compañeros y cómplices desde pequeños. Inseparables a pesar de la opuesta intención de la Loca. Y al final de los días de ambos el mayor vela la muerte del menor con devoción y desesperación.
Hay una deslucida fotografía de ambos cuando no tenían más de cinco años, el de pelo claro y arremolinado es Darío, detrás de él, protector y piadoso, Fernando se ve con el pelo lacio y corto. Entre sus manos recorriendo los perfiles del pasado de aquellos dos niños, Fernando no puede dejar de sentirse más hermano que siempre. Darío es una sombra herrumbrosa de la vida que tuvo, sin pelo, con manchas por el cuerpo, con llagas en todas sus mucosas, sin hambre y sin vicios, espera la muerte que tarda en llegar. Que esta por ahí, matando a miles de colombianos que mueren al día y que tienen prioridad sobre su hermano.
El desbarrancadero es la más deliciosa, descarriada e insolente novela escrita en lengua castellana de las últimas décadas y al mismo tiempo lúcida y enérgica. Es una gran fábula sobre la muerte y su labor. Fernando Vallejo le transfiere aquella condición de señora, de anciana rancia y desvencijada que en un país como Colombia le pide al tiempo horas para poder cumplir su trabajo. Pero así como la muerte transita como elemento invisible toda la trama, también la fraternidad se muestra, pero no descarada como la señora que espera, sino tierna y devota.  
Fernando Vallejo escribe una novela exaltada y trepidante, vituperiosa. Todos caen bajo el peso del desprecio y la saliva. La virulencia del narrador es extrema, propia de alguien que vive a dos pies, en equilibrio, sobre la gran fractura de su vida.
Y como se respira en esta novela y lo dice el narrador en algún momento de sosiego: “La vida es tropel, desbarajuste; solo la quietud de la nada es perfecta.”

El desbarrancadero – Fernando Vallejo


Imprescindible

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