Si no quieres leer esta novela ni la empieces. Ahí esta la trampa. Apenas lo hagas, estas perdido. El inicio de Corazón tan blanco es una construcción embebida en las fórmulas más alucinógenas y adictivas que he leído. Como si tus ojos quedaran atrapados y pegados a las palabras. Como si las palabras conspiraran para adularte y envolverte en un engaño del que ya no puedes salir. Me imagino al lector como un escarabajo astuto y comilón que ha recibido desde lejos el aroma del pastelito más azucarado y exquisito, se aproxima y detecta arriba, entre el verdor, un hermoso farol que desprende el perfume, una fragancia que promete caramelos y placer. Transita lo que lo separa y encuentra una piscina de miel y se arroja sobre ella para que, mientras se envuelve en el líquido dulzor, ingerir hasta donde la mandíbula aguante toda la ambrosia que pueda. Luego se sierra la trampa de la Venus atrapa moscas y el escarabajo (ósea yo, el lector), queda atrapado en una digestión placentera que dura todo lo que le queda de vida, que puede ser mucha o poca (en realidad ya no importa).
Esta extensa metáfora no se acerca ni un poco, a lo que sentirán cuando empiecen a leer la novela de Javier Marías. La metadona y el LSD quizás los aproximen más. Pero luego, la suerte ya esta echada.
Javier Marías escribe una de las mejores novelas que se han podido escribir en nuestro idioma. La singularidad de la historia y el ingreso impetuoso en el mundo interno de Juan, que no ha querido saber, pero ha sabido, es impactante. El conocimiento se luce a lo largo de todo el relato. Es como si estuviera hilando una filigrana uniendo inicios y finales, doblando medios y conclusiones, recomponiendo y rasgando la trama para que, al mismo tiempo en nuestra mente, ocurra, con las ideas, los conceptos y las creaciones, lo mismo. Exactamente lo mismo. El amor, el secreto, el asesinato, la tristeza, la sensación de huir porque nos persiguen sin saber quien, ni en que momento. La certeza de que algo va pasar, algo que va cambiar todo nuestro mundo. La normalidad casi inaccesible para todos, debido a la distracción de la hegemonía de lo cotidiano, queda revelada y no podemos escapar de la verdad absoluta que se estrella sobre nuestros rostros:
“Mis manos son de tu color, pero me avergüenzo de llevar un corazón tan blanco”.
Corazón tan blanco – Javier Marías
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