Juan Preciado decide cumplirle a su madre su último deseo. Así que se enrumba hacia Comala, para buscar a su padre, Pedro Páramo. Cuando llega al pueblo, descubre la soledad y la ruina instalada en todas las casas y caminos. La muerte y el abandono como los últimos patrones de los ranchos de adobe que ya nadie visita y que van enterrándose a si mismos. Descubre que su padre es dueño de todo lo que su vista abarca y que esta muerto. Las horas pasan y en una dinámica insólita, que se rinde al pasado y se pliega sobre el presente, van exhibiéndose personajes que cuentan la historia del patrón. Personajes que parecen no poder descansar en paz y que murmuran y gimen en la noche que los tiene atrapados en Comala. Presos de la vida y muerte de Pedro Páramo.
Cuando le preguntaron a Juan Rulfo, por qué después de Pedro Páramo no había escrito más, el contesto: “Es que se murió mi tío Celerino, que era el que me contaba las historias”. Sea este o cualquier otro el motivo, creo, con una certeza nacida desde la imagen del espejo que me observa, que en su pequeña novela lo escribió todo. No solo todo lo que él pudo escribir, también todo lo que pudieron escribir todos.
Es como si por una extraña transformación contemplativa hubiera, en un instante fatuo, comprimido la inspiración, la creación y la fantasía de la lengua castellana, en el espacio justo y buscado por el arte. Como si se le hubiera revelado para siempre los deseos más ignotos de los lectores del mundo y con una maestría fuera de este plano, nos hubiera obsequiado la novela perfecta.
Poesía, realidad, invisibilidad, muerte, soledad, locura. Son palabras que construyen, no solo la historia del pueblo de Comala, también sus caminos, y sus casas con techos perdidos que nos dejan ver estrellas gordas y escuchar rumores que matan. Pero, Juan Rulfo, no habla solo de la muerte y la soledad que se asienta, como para quedarse para siempre, sobre el suelo de la Media Luna, nos intriga sobre la humanidad y nos revela, como si viéramos una imagen fractal, la novela de nuestro continente. De nuestros pueblos y de nuestros caminos.
No he visto hasta hoy una metáfora tan sutil y abrasadora como la nacida de la conjunción de la eficiencia, la realidad y la poesía que se desprende, como un viejo cromo de un álbum familiar, de la obra de Rulfo. Imprescindible para todos, como parte de aquella piel que te hace sentir el mundo plenamente.
Pedro Páramo – Juan Rulfo
Imprescindible
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