jueves, 21 de abril de 2011

Los ojos del hermano eterno

Virata fue el más grande de los guerreros, digno de la espada que solo traza el camino de un dios. Fue el juez más justo y negó siempre al castigo de la muerte. El conocimiento y la sabiduría lo coronaron como un hombre contemplativo y generoso. Luego se retiro al bosque para convertirse en la estrella de la soledad, cerca a dios, en él, con él y con todos. Le pidió al rey que no le otorgara el poder, porque el poder impele a la acción y creía que la visión de los ojos del hermano eterno lo perseguiría clamando su culpa. Porque Virata no podía huir de ella. Una culpa tan grande que tenía a su sombra dos mundos lejos de su cuerpo.


Esta es una leyenda que habla de un hombre suspirado por todos, admirado como un caudal de conciencia y devoción, querido como un padre por todos los mortales de la tierra de Birwagh. Esta es la historia de quien nada hay escrito en las crónicas de los soberanos, a pesar que fue el único llamado por los cuatro nombres de la virtud.


Stefan Zweig escribe una leyenda que parece haber sido escrita hace milenios, se percibe lo añoso como aquel olor que desprende la vejez de un vino, la impresión amarillenta de un lienzo que maquilla su trajinar con capas de pintura usurpadora. Como se siente, cuando uno se aproxima a los libros, aquellos añejos, llenos de cementerios de polillas, barrenados por larvas sepultadas en celulosa.


Zweig nos narra como un Merlín atemporal una historia imperecedera. Y desde aquel siglo donde su mente se ha detenido, nos atraviesa con la mirada del hermano eterno. Este es uno de los pocos libros que el lector quisiera aprender de memoria, como para tatuarlo en su ánimo, como para asegurarse ser perseguido por su belleza y sabiduría.


Los ojos del hermano eterno – Stefan Zweig


Muy recomendable

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