Fuera de esta realidad o de cualquiera que puedas crear. Casi puedo decir que hasta su lectura estuvo suspendida en un entorno externo a la vida. Con una linterna de minero que evita que mi cerebro se desparrame y que mi pequeña hija se despierte. Pasando las hojas con una intensidad invisible, sin que crujan y estallen en la apagada noche de mi dormitorio, del que aprovecho los silencios de mi mujer como ruido de fondo. Con mucho cuidado para no resucitarlas del sueño y entumecido por el frio de Lima que me toma de los tobillos y me los lame. Así mis ojos buscan la intriga y el hecho en la siguiente línea, en la palabra de abajo, en el párrafo del futuro. El primer minuto y el cuarto se hace pequeño, las paredes y los abalorios parecen descansar en los límites de mi rostro. Los primeros diez minutos y la novela me ha tomado por las orejas y me arrastra hacia su trama (como un personaje más de la locura de Aira). A los segundos diez minutos ya soy un adicto. Seducido por una fuerza narrativa devastadora que te rompe los sentidos, como si te estallara la dinamita que tienes abrazando con tu mano. El final se precipita antes de la hora y la noche, que apenas veía nacer sus primeras bestias, ya no se ahuyenta con todo el parapeto que he levantado para leer a la Monja. La luz de la linterna de minero que ha aniquilado a la lámpara de la mesita de noche, por su atributo de focalizadora, empieza a desvanecerse, como si las baterías hubieran también sido afectadas por la lectura. El final debe llegar. Corro en busca de la conclusión anhelada (deseada con la fuerza del cuerpo que demanda otra dosis de metanfetamina). Nado, escapando de las mandíbulas de un tiburón cerrándose sobre mí y con la orilla en el visual de un submarino fantasma justo cuando los dientes triangulares se frotan entre sí con mis apéndices luchando entre sus comisuras. Llegó. En el mismo momento que conquisto el final y como una falange que se incrusta en mi mente, se revela una de las mejores historias que leído en mi vida y un final que trastorna y que da caza a la memoria. Impresionante pero solo al final aún más impresionante, como si se iniciara otra novela fuera de este mundo.
Cómo me hice monja - César Aira
Imprescindible
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