miércoles, 30 de noviembre de 2011

La casa de las bellas durmientes


Eguchi es un anciano de sesenta siete años que se cree lo suficientemente viejo como para visitar la casa de las bellas durmientes. El lugar es una pequeña posada desde donde se escucha el viento y el mar. En donde hermosas mujeres narcotizadas velan los últimos sueños de los rancios viejos.
Finalmente se decide y su presencia se hace cada vez más frecuente. Encuentros que le muestran mujeres distintas. Y en aquellos momentos, cuando la luminosa dama desliza su mano hacia su pecho describiendo la forma perfecta o cuando la niña-mujer sostiene su mejilla sobre su palma ausente, su mente lo acosa con recuerdos. Pero el acoso no es siniestro. Evoca a sus hijas, a su esposa, a sus amantes. Trae al presente, mientras se desliza junto a un cuerpo desnudo y nuevo, historias jóvenes.
Los ancianos como Eguchi buscan, junto a la desnudez de las mujeres que custodian sus sueños, el aroma de la juventud, la presencia de la inexperiencia, el gusto por la inmortalidad. Posan sus dedos, trémulos y gastados, en los labios entreabiertos de las niñas, como tratando de rozar aquellas lenguas que les arrastran hacia la más reconciliada y roja frescura. Con sus brazos marchitos, que ya no anhelan la carne, arrebatan para sí, la cintura esbelta de las doncellas. Parecen vampiros que succionan la fragancia y el contacto joven, que germina en la piel de las dormidas. Pero lo hacen tan débilmente que su esfuerzo no representa ningún peligro para ellas.
Yasunari Kawabata es uno de los más grandes escritores del siglo XX. La belleza de su obra es conmovedora y universal. Es como disfrutar un recuerdo ansiado. Desde el mismo instante en que uno toma el libro entre sus manos, ya siente que debe escabullirse de lo cotidiano y el ruido, buscar un lugar apartado donde la atmosfera quiera sentarse a nuestro lado y complacerse con la lectura.
La casa de las bellas durmientes es una obra extraordinaria. La conmoción que fluye desde su historia nos deleita, nos permite ingresar en aquel estado en donde la serenidad no se deja buscar, al contrario, yace entre nosotros, como si hubiéramos nacido juntos. Solo grandes artistas y seres elevados nos obsequian tales imágenes e impresiones.
Juan Ramón Jiménez, Rabindranath Tagore, Antoine de Saint-Exupéry y Yasunari Kawabata son los grandes constructores de aquel estado en el cual ingresamos cuando encontramos un rincón moribundo y callado. Y en aquella esquina, nos recibe un sofá cómodo y una luz que no compite con la penumbra. Descansamos y nos sentimos albergados y, como si un milagro empezara a conformarse, las palabras nos abrazan y nos cuentan su historia.
Si bien Kawabata nos habla de la vejez invitándonos a desearla, esta historia se articula en aquellos momentos en donde se ha perdido la esperanza y solo se desea dormir. Y sin embargo, como nos narra el autor, siempre existe belleza hasta en el último suspiro.

La casa de las bellas durmientes – Yasunari Kawabata

Imprescindible

lunes, 14 de noviembre de 2011

La desprestigiada herencia de Cervantes

A mediados de la década del 30, Husserl nos habló sobre la crisis de la humanidad, que si bien denominó europea, nunca la circunscribió solo ha ese continente y al siglo XX. Señaló a la pasión del hombre por el conocimiento como la razón más importante de la decadencia de la naturaleza humana, y al carácter unilateral de la ciencia como un factor que redujo el mundo a un simple objeto de exploración. Esta vertiginosa magnificencia, intensa y examinadora, hundió al hombre en el “olvido del ser” y alejó hacia el desinterés más calmo el “mundo de la vida”.
Para Kundera, mientras la filosofía y la ciencia postergaban al ser del hombre, la novela se consagró a estudiar a este ser olvidado. La novela por sus propios medios ha descubierto los diferentes aspectos de la existencia humana: la aventura, la vida oculta de los sentimientos, la prevalencia del hombre en la historia, la exploración de lo ignorado en lo cotidiano, lo irracional en el comportamiento humano, el inalcanzable pasado y presente, el rol de los mitos en la realidad, el horizonte de la impredictibilidad, la fusión del sueño y el entorno, etc.
En esta conferencia, Kundera explica que la “pasión de conocer” se adueña de la novela con el propósito de protegerla del “olvido del ser” y para mantener en acción “el mundo de la vida”. El objetivo de la novela es revelar una parte aun no conocida de la existencia. Mientras no lo haga, es inmoral debido a que el conocimiento es la única moral de la novela.
En el momento que el hombre comprendió el mundo como una imprecisión, en donde se enfrentaba a muchas verdades relativas que se contradecían, en el momento que ve la luz la sabiduría de lo incierto, surge la novela. Y es esta herencia de Cervantes la que, en la actualidad, se somete al veredicto de la extinción.
¿Estamos cerca al final de la novela? Se pregunta Kundera. Y no solo nos habla del porvenir sino que nos hace recordar, que la novela ya ha muerto en algunos lugares y en algunas sociedades. En aquellas donde se ha instaurado el totalitarismo, la visión única, y no solo de aquellas que encierran a un país dentro de cercos de pólvora y fusiles, también en aquellas, y esto es aún más inquietante, en donde el cuarto poder homogeniza y crea estándares de gustos y expectativas que convierten el espíritu de la novela en algo absoluto. En solo una historia que leer, una sola realidad adictiva y demandada. Un camino en donde la verdad absoluta, dictada por lo común, la aniquila.
Finalmente y como asegura Kundera, la novela debe descubrir lo desconocido sobre nuestra existencia y así formar parte de la historia de la novela, la que no lo haga, será simplemente de aquellas que forman parte de las novelas de después de la historia de la novela.

La desprestigiada herencia de Cervantes - El arte de la Novela – Milan Kundera

Imprescindible

domingo, 13 de noviembre de 2011

Habanera


Ana Rosa y Ana Margarita son dos gemelas tan parecidas entre sí que uno debe preguntarse si en realidad son la misma, cuando solo se conoce a una, o que la naturaleza se ha atrevido a iniciar un juego que acabara en una paradoja, cuando las vemos juntas: la dualidad y la perdida de ella. El doctor Bonet ve el nacimiento de sus dos hijas como una broma de su suerte. A un montañés como él, con la presencia tradicional perenne y deseada, le nacieron, como dice burlándose, en serie las muy modernas.
Las gemelas retan durante toda su vida el orden establecido, aquel orden añejo que debe reinar en una sociedad desprestigiada y obsoleta. Así son las Anas: pensadoras, disonantes, fusionadas, redimidas, provocadoras. Parecen solo reír con la sonrisa de la plenitud, cuando se encuentran, se contemplan, se proyectan, como si se reconocieran una a la otra como distintas y a la vez idénticas. Pero ellas, a diferencia de nosotros, como cuando nos observamos detenidamente en un espejo y tratamos de descubrir la diferencia con la imagen, se sienten libres y complacidas en lugar de decepcionadas al encontrar el error de la duplicidad. Aquel aparente error, que nos hace preguntarnos ¿Cuál es la real, la imagen, uno o ambos?
Julio Ortega es un notable escritor y crítico literario peruano. Su inquietud trasciende los continentes y se plasma en extraordinarias antologías y ensayos que sobresalen por una visión profunda y única. Su capacidad de ensamblar la estructura de la obra a partir de los elementos más significativos perdura en la sensibilidad que despierta en el lector, creando una sensación de conocimiento nuevo.
Habanera es una novela circular en cuyo inicio germina el final. No solo es un brillante relato sobre la dualidad y su perdida, además la estructura es también doble y única. El lenguaje, el ritmo y el tono nos hablan también de esta quiralidad de la realidad.
Esta inquietante novela debe leerse despacio, tomándose con deleite cada pausa y cambio de rumbo. Así se descubrirá que aquella estructura sofisticada y fractal solo se revela a si misma cuando el lector enciende la maquinaria de la persuasión.

Habanera – Julio Ortega

Muy recomendable

lunes, 7 de noviembre de 2011

Diario de un mal año

El señor C, como le dice Anya, es un viejo escritor errante que se marchita en el segundo piso de unas torres que superan los 25. Se le ha encargado junto a otros grandes escritores una serie de opiniones sobre temas diversos, aquellos que susciten en él más interés o de los que tenga algo que decir. La creación colectiva de un libro que quizás lo rescate también a él. Anya es una hermosa mujer que vive junto con su novio, Alan, muchos metros más arriba, casi en la cima de la torre. Un día, la suerte y la oportunidad permiten al señor C conocer a Anya y mientras su mente se abruma de un deseo nuevo por la joven de buenos rasgos filipinos, concibe frente a la noticia de que la dama está desempleada, ofrecerle el puesto de mecanógrafa, o más bien de traductora de sus temas fuertes que registra con voz gastada en una grabadora portátil.
Temas fuertes. Así parece denominar Anya a los mini ensayos aburridos del viejo escritor. Los comparte con Alan y este siempre tiene argumentos presuntuosos con respecto a lo escrito por el señor C. Anya no cree que sean productos de una inteligencia obsoleta, de una mente detenida en el áfrica del sur y en otra edad. Los temas fuertes del señor C no son, como repite Alan, entelequias sabias venidas a menos. Para Anya, los mini ensayos del señor C, son solo aburridos porque no vienen de su profundidad, de aquella hondura de donde él rescata sus novelas y relatos.
Así transcurre la novela, por encima, como si fuera una simple historia en un simple edificio en donde se originan simples encuentros y desencuentros entre personas. Pero la brillante construcción de la página que realiza Coetzee logra un efecto de profundidad e intriga que instruye al lector, que permite que evolucione mientras se relata la historia.
Coetzee segmenta cada página de esta novela en tres elementos, cada uno como un rompecabezas que una vez armado brinda la pista para el siguiente. Sus opiniones fuertes que encabezan cada página nos permiten comparar el origen del estado con creaciones fílmicas de primer nivel, o echar un vistazo a la profundidad del alma de un pedófilo, o conflictuarnos con la heroicidad de los héroes. Nos abruma la ponderación del anarquismo y la levedad de la democracia. Así como la tenacidad del terrorismo y la crueldad de la justicia. Las contradicciones del sacrificio individual frente al cual una nación, proclive al genocidio de otras, se paraliza y pierde la carrera del siglo en la conquista del espacio.
Y mientras estas opiniones fuertes se aglomeran y nos hastían, vemos como el segundo elemento de la página, la historia que nos relata el señor C sobre su encuentro y sus fantasías por Anya, empiezan a originar una notable variación en sus opiniones y por concejo de la mecanógrafa filipina empiezan a nacer sus opiniones suaves, aquellas que Anya demanda y que el señor C empieza a rescatar de su imaginación.
El tercer elemento de la página termina por completar la historia y proviene de la mente de Anya, que nos habla del señor C y de aquel especial encuentro que termina convirtiéndose en un amor extraño y feliz. Y que, finalmente, nos habla de la soledad y la madurez.
Diario de un mal año es una novela importante dentro de la obra creadora de Coetzee. Nos demuestra que este extraordinario escritor, luego de recibir el premio Nobel y lejos de la mayoría de escritores que lo han recibido, produce obras aún de mayor jerarquía y maduras que las de antaño. Si bien no deleita y sobrecoge como Desgracia o Vida y época de Michael K, esta novela instruye y transporta desde la sencillez de la belleza hasta la amplitud de la soledad.

Diario de un mal año – J.M. Coetzee

Recomendable