domingo, 1 de enero de 2012

Los pichiciegos


Se dijo que durante la guerra que libró Argentina contra Inglaterra por el dominio de las islas Malvinas, estas estaban perforadas por innumerables hoyos camuflados por el barro y la nieve. Se dijo, también, que estos hoyos eran la salida de una red de túneles y socavones poblados por una especie de seres engendrados por la guerra llamados pichis. En realidad era una referencia local a unos animalillos peludos de ojos asustadizos que viven enterrados huyendo de la luz y el sonido y que cuando son sorprendidos toman su cola entre los dientes y se enroscan como un balón con uñas cortas y duras.
Los argentinos y los británicos no veían, en realidad a quirquinchos o mulitas, como les dicen en algunos lugares, sino a seres fantasmales que se ocultaban entre las sobras y que habían generado innumerables historias sin explicación. Y la verdad es que no eran muchos y que las dos islas principales no tenía una red de galerías y zanjas. Los pichis eran soldados argentinos, la mayoría provincianos que nunca pasaron de treinta. Dirigidos por los jefes, que fueron tres, cuatro y hasta cinco, observaron desde la pichicera el devenir de la guerra y actuaron, exclusivamente, con el único propósito de sobrevivir. Así que se les veía, en realidad solo se sospechaba de su presencia, tanto en los cuarteles británicos como en los campamentos argentinos, traficando información por encendedores, fideos, carbón, cigarrillos, cervezas, estufas, entre todas las cosas que podrían necesitar para sobrevivir en la pichicera.
Y como las mulitas o los quirquinchos, tenían un especial sentido de la oportunidad e instintos que se manifestaban sin escrúpulos. Era una manada de distintos seres humanos que estaban dispuestos a autorregularse para sobrevivir. Cuando un pichi era herido o enfermaba era expulsado sin contemplación para helarse muy lejos de la entrada de la guarida.
Rodolfo Enrique Fogwill es una forma perturbada, un nigromante exaltado, una entidad extravagante y además, para suerte nuestra, un escritor desquiciado. Su engendro es una literatura distinta, una visión soportada sobre las palabras, aquellas que transformadas se convierten en símbolos de un nuevo lenguaje, uno que nos obliga a leer desde un estado primitivo, y hace sentirnos aprendices de su comedia, como si nos mirara atónito bajo el lente de un artefacto rúnico.
Cuando leemos Los Pichiciegos nos alteramos hasta el nervio. Vislumbramos una cualidad desusada de vivir la guerra, un signo dislocado de la realidad que siempre formamos. Pero no solo nos impacta la historia, Fogwill nos entierra en la Pichicera, nos transforma en otro pichi tratando de sobrevivir hasta el final de la lectura.
El maleficio de Fogwill se difunde más allá de la narración y convierte su literatura en otra forma insólita de contar. La novela confina el deleite entre sus líneas y al hacerlo, su sustancia se hace corpórea como si estuvieras frente al último pichi sobreviviente y este, desacostumbrado al brillo de la vida y al silencio de la ciudad, nos relatara su vida.

Los pichiciegos – Rodolfo Enrique Fogwill

Imprescindible  

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