martes, 25 de octubre de 2011

Cartas a un joven novelista

Alguna vez un profesor me contó que escribir una novela es como construir una casa: elegir un lugar, analizar el suelo, observar la vecindad y las posibles perturbaciones, elaborar el plano, hacer el trabajo de ingeniería que evite que un tsunami se lo lleve todo, seleccionar los materiales, entre otras cosas. Y cuando el proyecto está listo, combinar todo en una composición que no solo deslumbrará sino, principalmente, recompensará al creador. Pero hay mucho más. Tantas variables, condiciones y coincidencias que uno termina pensando que la novela es una entidad autónoma. Que, finalmente, no se trata de construir una casa, o un jardín, o una catedral. Si pensáramos que en su estructura está implicada la formación de un mundo, absolutamente completo, aún nos faltaría mucho para concebirla y explicarla. A pesar que aún hay mucho por conocer, las ficciones como las novelas, nos muestran apenas la magia y lo inconmensurable del poder del hombre. Las buenas novelas nos permiten percibir o en su menor caso sospechar que la creación es una fina y casi perfecta interacción entre la voz de la vigilia y la inconciencia.  
Podríamos abrumarnos y entusiasmarnos al mismo tiempo internándonos en los misterios de la creación de ficciones, pero quizás nos llevaría hacia otros caminos inexplorados y con fines que dan inicio a otras vías en una compleja red de cruces infinitos. Vargas Llosa sin sutilezas y con la convicción del buen creador nos resume didácticamente, a modo de cartas que va respondiendo a un novel novelista, un filo del misterio y la labor del escribidor de ficciones.
El elemento central, el componente conciliador o el eje generador de la intriga en las grandes mentiras, contadas como absolutas verdades, es el poder de persuasión. El poder de persuasión le otorga a la novela la eficacia, la coherencia, la sinergia entre sus partes, y también aquella fuerza que se filtra desde las letras y magnetiza la voluntad del lector.
Mario Vargas Llosa nos habla de la verosimilitud de la ficción. De cómo los elementos de la novela se imbrican entre sí, inseparables, y forman un todo tan creíble que el lector lo prefiere a la realidad.
Más allá del estilo del novelista, la construcción del narrador, del espacio, el tiempo y los niveles de realidad, existe los desafíos de las formas y los fondos. Los saltos entre estos elementos, los datos escondidos que perfilan la significancia de la historia. Las historias dentro de otras, los nexos entre las realidades. Todo configura un universo que nace a partir del deseo del lector y se convierte para siempre en la realidad ideal que nunca existió. O que existe solo en el mundo de la novela.
La mente del creador y del lector está tan sumergida en la creación que la materializa como un universo paralelo en donde la imaginación completa los espacios en blanco. Un físico actual, de aquellos cuánticos que ya no creen en casi nada o de los que insisten en que todo puede ser un sueño o un programa informático, nos explicarían que la realidad es, en realidad, solo una creación de nuestra mente y que nuestra vida registrada en una filmación y el mundo que un novelista ha creado solo se diferencian en el punto de vista del observador. Ambas son realidades, solo que en la invención de una ficción la mente del escribidor esta poseída por un impulso omnipotente y descubridor.
Para aquellos que insistan en la escritura estas cartas serán de notable ayuda y para los otros una oportunidad de entender que el misterio puede originarse desde las letras, como desde los átomos, la vida y las estrellas.

Cartas a un joven novelista – Mario Vargas Llosa


Muy recomendable

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