domingo, 10 de junio de 2012

Las benévolas


Maximilian Aue es un SS-Obersturmführer (como un teniente en el escalafón convencional) cuando es enviado al frente Este en 1942. Mientras el 6° ejercito de la Wehrmacht enfila hacia Stalingrado, a la SS se le ha encomendado una misión privilegiada: deshacer las incursiones certeras de los bolcheviques en la retaguardia y los sabotajes de los partisanos, además de eliminar uno de los objetivos más importantes del Reich: la amenaza judía. Aue empieza su misión con mucha eficiencia: se encarga de la logística del exterminio judío en cada pueblo que el ejército deja atrás. Por ejemplo, todos los judíos de Jitomir son convocados a las afueras del pueblo, cerca de un acantilado mediano que podría albergar a los casi cien mil. El engaño de una reubicación se convierte una de las más sangrientas Aktion, como les denominaban los de la SS, que se perpetraron aquel año y para el SS-Standartenführer Blobel uno de sus más reconocidos logros. Desde aquella acción Aue no puede mantener mucho tiempo la comida en su estómago, empiezan sus náuseas y vómitos crónicos que lo acompañaran toda la campaña del Este. No lo entenderá hasta mucho después, pero empezara a diferenciar el crimen del asesinato. Si mata a un judío de manera eficiente y rápida, con el menor sufrimiento posible y luego de una orden directa, no es un crimen y no tiene que pagar por él. Pero, si es creativo y deja que sus impulsos exploren y, principalmente, no hay una orden expresa, la muerte de ese judío es un crimen y merece la máxima sanción. Recuerden que es aún 1942 y la masacre recién empieza a institucionalizarse. Pero esto que dicen sus jefes es solo teoría. En la práctica la locura impera y los Waffen-SS, los Orpos, los Askaris se descontrolan y transmutan su terror en juego.
Esta situación mortifica a Aue y trata de evitarlo. Antes de que la locura yaciera en su mente de forma permanente es enviado al Cáucaso. Hacer el trabajo de inteligencia lo aleja de los exterminios que se hacían cada vez más innovadores y lo acerca al estudio de las lenguas y los pueblos. Al fallar a favor de los Bergjuden del Cáucaso, considerándolos convertidos al judaísmo en lugar de origen judío y por tal motivo, exentos del exterminio, su comandante el SS-Oberführer Bierkamp, sintiéndose traicionado, lo envía a Stalingrado.
El 6° ejército de la Wehrmacht ha ingresado a Stalingrado y se ha estacionado en la orilla oeste del Volga. El clima, la vehemencia por lograr un triunfo desesperado, la soberbia de sentirse una raza superior y subvalorar al enemigo a condiciones de subnormalidad, hizo que el ejército Nazi del Este quedara atrapado en un Kessel (un caldo, un tazón de sopa). El Doctor Aue fue prácticamente echado sobre aquel gigantesco caldo como un ingrediente más.
En enero de 1943 el 6° ejército alemán del Este es destruido por las fuerzas bolcheviques y después de ser testigo del vacío en las miradas de los Hiwi (soldados de origen no alemán que luchan por Alemania) que sabían que no saldrían de ese lugar vivos, de la resignación a la muerte de los mutilados, del canibalismo como única alternativa de los hambrientos, de las fogosas manadas de piojos que dibujaban, como tatuajes en movimiento sobre los cuerpos helados de los muertos, las geometrías más tortuosas. Después de ser testigo del infierno, una bala le abrió un nuevo ojo en el centro de su frente.
El destino lo deja vivir para ser testigo de otro infierno, rescatado antes de la caída de Stalingrado es ascendido y premiado, y se dedica, con una mente distinta, con una locura más seria, mas consciente, más comprometida, a convertirse en un engranaje eficiente en la solución final para los judíos, su exterminio total. En el año 1943, Himmler anuncia en el castillo de Polsen a todas las autoridades de la SS, a los ministros y los generales, y lo dice por primera vez, a pesar que ya se viene ejecutando desde hacía años, que lo que estaban haciendo con los judíos era un genocidio. Y estaba absolutamente justificado.
Jonathan Littell
Jonathan Littell es un joven escritor franco-estadounidense que en esta obra muestra una maestría narrativa impresionante. Luego de cinco años sumergido en artículos, ensayos, testimonios y viajando incansablemente por aquellos pueblos y villorrios que relata en la trama, construye una novela de magnitudes grandiosas. Un referente literario de una de las mayores atrocidades reveladas en la historia humana. Su experiencia en los grupos de salvamento humanitarios en Bosnia-Herzegovina, Afganistán, Chechenia y el Congo lo contactan con su sensibilidad y con aquellas fuerzas que le permiten explorar las profundidades y las superficies de lo humano. Su origen judío-polaco lo lleva a iniciar este gran proyecto con el propósito de mostrar un referente distinto, de crear un fresco dolorosamente real e inolvidable.
Las Furias de Orestes
Las Benévolas es una novela extraordinaria, vertiginosa, honesta y sin mordaza. Hace referencia a las Orestíadas escrita por Esquilo, en donde las Erinias o Euménides (Benévolas), bautizadas posteriormente por el latín como Furias, son las apoderadas femeninas de la venganza, temibles diosas que atormentaban a los parricidas. Pero este libro, que es divido capitulo a capitulo como una partitura musical, no solo nos permite ingresar de manera brutal en la mente de un asesino, también nos consiente la entrada a aquel estado de hipnótica perturbación que instauró el democidio más atroz de la historia de la humanidad.
Parados en aquel mundo materializado que crea Littell, que ha perdido sus cualidades de ficción devorada por el realismo más feroz, podemos percibir, como si la violencia fuera aquella marea que nos paraliza, que nos aletarga cuando tenemos medio cuerpo dentro de un mar sosegado, que en ninguna guerra, conflicto o enfrentamiento, por más simple y llano que fuera, podemos escapar a la mirada del otro, del enemigo, del torturado, del violado, del desmembrado, del humillado.
Por más que le inventemos cualidades bestiales o subnormales, por más que los cataloguemos inferiores a nuestras mascotas o hasta de menor consideración que la leña que usamos para cobijarnos, por muchos motivos que nos inventemos para quitarles sus rasgos humanos nunca, aquel Nazi sanguinario y torturador, nunca aquel soldados japonés caníbal e insano, nunca aquel Hutu macheteador de Tutsis, nunca aquel senderista descuartizando de bebes, podrán demostrar que el otro NO existe, al contrario, la absoluta verdad, que entierran en sus profundidades, les seguirá diciendo que el otro existe como otro, como humano y que no hay voluntad, ni ideología, ni necedad, ni droga que pueda eliminar o cortar ese vínculo, suave pero indestructible. 
        
Las Benévolas – Jonathan Littell


Imprescindible

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