György regresa de la escuela después
de entregar una nota a la profesora en donde pide permiso para salir. La nota
es de su padre que lo espera en el negocio para terminar con urgencia algunos asuntos
antes de partir, obligado por el gobierno de Budapest, a un campo de trabajos
forzados. Para György todo esto es muy aburrido. Tiene apenas quince años y en
lugar de estar haraganeando por ahí, tiene que sentarse y padecer todo este programa
tan inútil. Ver a su padre entregar toda la empresa a su leal amigo no judío, verlo
revisar los libros de cuentas una y otra vez hasta que se agote la tarde, además
de aquel cofre con las joyas de la familia que también entrega y que cuyo traspaso
su madrastra observa como mucha desconfianza, verla todo el día al borde de las
lágrimas, contemplar como si fuera una estatua de piedra las palmadas en el
hombro de su padre por los amigos que llegan en la noche para despedirse. Todo un
día desperdiciado, un ritual de despedida, que ante sus ojos es mortalmente monótono.
Poco después que su padre parte,
él es obligado a trabajar en una fábrica. Su madrastra está tranquila porque
György ha podido sacar un pase especial que le permite regresar todos los días
a su casa a descansar. Pero un día, antes de llegar a la fábrica, el bus en que
viajaba es detenido. Todos bajan y son llevados a un lugar desconocido. Los
mantienen durante cuatro días, luego los embarcan en un tren rumbo a Auschwitz.
Una palabra le salva la vida y le
permite treinta años después contar su historia. Una sola palabra, en realidad
un número. Frente al médico que lo examina amablemente, recuerda lo que le había
dicho el preso que lo recibió al bajar del tren y cuando cree entender que le
pregunta por su edad, él dice Sechzain
(Dieciséis). El médico sonríe y señala un pequeño grupo de judíos que habían
pasado antes que él. Un pequeño grupo que mereció distinto destino que el gran
grupo de mujeres, niños y hombres, que sin saber en dónde están, caminan cabizbajos
hacia las duchas.
Probablemente György |
En Buchenwald se recupera luego
de pasar casi un año en Zeitz, un pequeño campo de concentración. Mientras
carga cemento, ya no desea mirarse. Sus pies han colonizado, a través de sus
llagas y sus líquidos, aquellos zapatos de madera que se clavan en todo su organismo.
Desea alejar para siempre sus ojos de su cuerpo, que va perdiendo toda su
materia, y también ansía apartarlos de su mente, que se ha extraviado y que solo
busca atisbos de felicidad en medio del exterminio. La felicidad que encuentra
cuando se deja caer al suelo y que un garrote al extremo de la ira de un
soldado lo entierra en el barro dándole algunos milagrosos y anhelados segundos
de sueño.
Imre Kertész es un escritor húngaro
ganador del premio Nobel en el año 2002. Su destreza narrativa es elocuente,
sincera y preceptiva. Aborda la historia con precisión vigorosa como si enhebrara,
al elaborar un lienzo de tramas complejas y añoradas, la novela con un poder de
persuasión impresionante.
Imre Kertész |
Si bien la vida de György tiene
una fascinante relación con la de Kertész,
Sin destino no es una autobiografía. La novela Kertész es una construcción basada
en la frágil experiencia del individuo contra la iniquidad feroz de la Historia
y en el inevitable descenso a una trampa, aquella que te come el cerebro y te convierte
en una víctima: aquella que llamamos felicidad y no es otra cosa que la última renuncia
de la vida o como diría György justo antes que de que lo rescataran de una
montaña de cadáveres cuya levedad apenas se percibía, la vida es la felicidad
de un sueño de tres segundos antes del golpe que te despierta, es la sensación
de triunfo por la infinitésima fracción de pan que te clama que para la
siguiente comida, si la hay, ya tienes algo en el fondo del bolsillo, o es
aquella lealtad por la harapienta camisa de rayas que abrazas como a un hermano
y que te identifica como carne de Holocausto y que, si tienes suerte, te acompaña
durante el exterminio y sobrevive contigo.
Exactamente, eso es la felicidad
en un campo de exterminio, aquella trampa que se activa cuando, finalmente decides
no olvidarte de nada: del horror que se marca en tu visión, del sabor a sangre
que portan las cenizas que vez caer del cielo como nieve gris, del hedor a cadáver
viviente que te acompaña todos los segundos del año. Todo eso te hace vivir y
descubrir que en realidad no eres una víctima, sino que tus pasos te llevaron a
los lugares donde exististe o que imaginaste.
Sin destino – Imre Kertész
Imprescindible
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