
Desde ese encuentro con Sophie los acontecimientos, lúcidos en el inicio, se tornan cada vez más difusos. Empieza un juego inexorable que convierte en una sombra a Fanshawe, y en una oscuridad especular, al narrador.
La habitación cerrada es la última novela de La Trilogía de Nueva York y los misterios de sus palabras se convierten en la sustancia que hilvana la fina trama debajo del visible y conmover pliegue, de aquel que traza historias de fugas y encuentros. La conclusión es espectacular. Si bien las tres novelas pueden leerse indistintamente, cuando se hace en el orden correcto adquiere una forma sobrecogedora, generándose una sensación que nos permite disfrutar de una obra monumental.
“Las historias sólo suceden a quienes son capaces de contarlas.” Paul Auster es un contador de sucesos. Los articula de manera tan sencilla, que penetran, como un filo caliente sobre mantequilla, en la conciencia del lector. Uno descubre luego, que realmente lo que está contando puede resultar demoniacamente sofisticado, si fuera relatado por otro. Pero bajo su tinta, la sencillez de lo sofisticado se convierte en una historia de detectives.
Oscuridad como la sustancia que hace respirar a sus personajes, laberinto como la realidad sobre la cual giran las historias, viaje como aquel a través de un espejo sin saber quién es el real, la materia o el reflejo, estas son la cualidades de las obras de Auster. Y la intensidad, la adicción y la velocidad que reflejan sus ideas se originan, posiblemente, de aquella oscuridad que tiene la fuerza necesaria para hacer que un hombre le abra su corazón al mundo.
La habitación cerrada – Paul Auster

Imprescindible
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