miércoles, 2 de marzo de 2011

Del boxeo

Es un deporte terrible, pero es un deporte...la lucha es por la supervivencia. Rocky Graziano, ex campeón mundial de pesos medios.
¿Por qué te has hecho boxeador?, le preguntaron al irlandés Barry McGuigan, campeón peso pluma. El respondió: No puedo ser poeta. No sé contar historias...
Trato de darle a mi adversario en la punta de la nariz porque intento hundirle el hueso en el cerebro. Mike Tyson, ex campeón mundial de pesos pesados.
Cuando peleas, peleas por una sola cosa: dinero. Jack Dempsey, ex campeón mundial de pesos pesados.
No estoy seguro de si esto hace de mi un humanista o un voyeur. John Schulian, periodista deportivo.
Es duro ser negro. ¿Has sido negro alguna vez? Yo fui negro una vez...cuando era pobre. Larry Holmes, ex campeón mundial de pesos pesados.
Yo no quiero noquear a mi adversario. Quiero pegarle, alejarme, y mirar cómo le duele. Yo quiero su corazón. Joe Frazier, ex campeón mundial de pesos pesados.
Nunca me ha gustado la violencia. Sugar Ray Robinson, ex campeón mundial de peso Walter y medianos.
Aborde la lectura de Del boxeo por una sugerencia que me hizo Salvador, un acompañante de lectura, así le digo yo, que trabaja como vendedor en la Liberia La Familia, en la avenida Diagonal. Buscaba colmarme de Joyce Carol Oates, ya había leído Monstruo de ojos verdes y la Hija del sepulturero y no esperaba terminar con ella hasta leer todo lo que pudiera encontrar en las librerías de Lima.
Del boxeo es un ensayo sencillo, dramático y de una profundidad evocadora. Te golpea convirtiendo tus recuerdos en jumps, ganchos o rectos de derecha. Te coloca en una posición en donde la insensibilidad solo te convierte en una cosa: un boxeador. Uno de aquellos, que abundan, que se recrean observando, convocando la muerte del oponente, aporreando a los campeones y contrincantes unos contra otros, como si se tratara de una experiencia pornográfica de violencia salvaje y aniquiladora. Que lo es.
Recuerdo que postergaba todas mis fiestas y reuniones aquellos sábados que pasaban por televisión los combates de campeonato. Estaba en mi casa antes de las once de la noche, siempre empezaban muy tarde, y junto con mi padre, se había convertido en un raro ritual de comunicación, nos sentábamos y convulsionábamos como posesos, como si estuviéramos trepados en el cuadrilátero y fuéramos nosotros los masacreadores. Siempre le apostábamos al ganador y si este estaba perdiendo, haciendo uso de aquel espíritu de fidelidad tan preclaro en los observadores de boxeo, cambiábamos nuestra apuesta por el otro. Así que al final, que esperábamos que se tardara todo lo posible, conversábamos de lo que deberían haber hecho el noqueado o que el combate estaba para un round y que el ganador se había tomado su tiempo. Ha ganado por demolición, me decía mi padre como si aquello tuviera más valor o hiciera más inmortal al campeón.
En Del boxeo, Joyce Carol Oates, nos habla de humanidad o de ausencia de ella, de barbarie milenaria (haciendo una precisa comparación con las luchas de los gladiadores en los coliseos romanos), de perversión cuadrilátera, de inequidad, complejos y muerte. También nos define como testigos aporreadores, como voyeristas excitados contemplando a dos hombres casi desnudos sobreviviendo y matándose. Pornógrafos deseosos de observar la gloria de la lucha. Apostadores convulsos adictos a la epinefrina a distancia. Generadores de campeones inmortales. Oates ingresa por rutas insospechadas pero simples de reconocer, como si siempre hubieran estado a la vista de nuestra ciega mirada, aquella que dedicamos solo a ver violencia y sadismo.
Leer a Joyce Carol Oates es un privilegio. Debe estar en las listas que hacemos de aquellas cosas que nunca debemos dejar pasar antes de morir. Como visitar Machu Pichu, o escuchar el canto de un ruiseñor, contemplar a Luigi Alva cantando el Barbero de Sevilla, beber un Marqués de Riscal cosecha 94.
El lujo está al alcance de nosotros si al pasar por una librería vemos algún libro que tiene rotulado un nombre de mujer que nunca olvidaran.

Del boxeo – Joyce Carol Oates


Muy recomendable

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