martes, 29 de marzo de 2011

Homero, Ilíada

Todos conocemos la historia de la caída de Troya. Recordamos a los héroes que la defendieron y la sitiaron. A las mujeres que la emponzoñaron y la lloraron. A los reyes y príncipes que la ambicionaron y la amaron. Conocemos las grandes batallas y las atormentadas muertes, la intervención de los Dioses que cubrían con su manto impenetrable el cuerpo de sus amados mortales o dirigían certeramente el bronce de las lanzas hasta el corazón de los desfavorecidos. Nos hablaron de la divinidad de los campeones, del honor, de la valentía de los aqueos y los troyanos. Y de un caballo preñado de engaño e ingenio.

No nos olvidamos de Aquiles, el inmortal, el de la ira encarcelada entre barrotes de acero incorruptible, el gigante semidiós que despertó de su ensimismamiento a la muerte de su amado Patroclo. Ni de Héctor, el protector. El hijo amado de Príamo. El príncipe usurpado por la muerte delante de las murallas de su cuna. No olvidamos a Helena y a Paris, los amantes. Los que convirtieron diez años de tortura y descuartizamientos en un amor de alcoba soterrado. Los que decoraron la gloria de los héroes con la historia en la cual buscaban coronarse. Ni de Agamenón, ni de Ulises, ni de Néstor, ni de Casandra, ni de Andrómaca. Ni de Diomedes, ni de Sarpedón, ni de Ayante. No los olvidamos.


Alessandro Baricco escribe Homero, Ilíada, no solo con el propósito de leernos un sobrio resumen de tres horas y ahorrarnos las extensas contemplaciones de los dioses y los héroes que describe Homero en su poema épico. Esta obra es una gesta que habla de la belleza. La guerra como un infierno, pero un infierno bello. Así se comprende en el epilogo. Una obra maestra del reduccionismo más bello con la presencia del pensamiento de Baricco, la paz. Pero la paz como aquella otra belleza que aun no contemplamos y que para asirla entre nuestros dedos debemos forzar nuestra naturaleza hasta el límite. Y ese límite, nos arrasa como un vendaval de elementos, dioses y suertes germinados en la lucha y en la violencia humana. De ella emerge, aquella otra belleza, que debemos encontrar en la trama que rescata este hermoso libro. Digno para nuestros ojos y oídos, como si de la propia boca de los héroes brotara esta gloriosa historia.


Homero, Ilíada – Alessandro Baricco


Muy recomendable

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