viernes, 3 de junio de 2011

La subasta del lote 49

Edipa Maas es una joven mujer que un día recibe una carta de los abogados de su ex novio, Pierce Inverarity. Este ha muerto y la ha nombrado la ejecutora de su testamento. Al llegar a San Narciso, el pueblo de Pierce, se da cuenta que este poseía una extensa colección de sellos postales. Todos ellos falsificados. Tan extraordinariamente falsificados que podrían costar aún más que los verdaderos.

Empieza, entonces, la intriga. Un símbolo ha viajado detrás de los sellos postales durante siglos y se ha mantenido oculto a la mirada de la mayoría. Un sello que representa a una empresa de correos furtiva, que se revela ante el monopolio mundial como el acto de conspiración más subterráneo de todos. R.E.S.T.O.S. parece ser el legado de la Thurn y Taxis, una cofradía medieval que se encargaba de la distribución de la correspondencia. Y detrás de esta trama vetusta se encuentra el Trystero.

Las relaciones y asociaciones de palabras, lugares y personas empiezan a estrellarse contra la creciente curiosidad de Edipa, que ve, en la historia de la famosa obra de Shakespeare, La tragedia del correo, pistas que la llevaran al centro del misterio.

Thomas Pynchon es un escritor (si es que existe, porque hay dudas no resueltas de su clandestinidad) extraordinariamente magnético. Es como un fenómeno que la ciencia aún no puede explicar. Sus obras están cubiertas, entramadas, infiltradas, perforadas de enigmas e ideas de todos los siglos y de todos los lugares. Pareciera que escribe desde otras dimensiones, desde un cosmos alternativo. Como si pudiera comerse una manzana de cinco dimensiones mientras nos convierte en lectores bidimensionales.

Mi símil es una locura, pero de eso trata. Si uno desea entender a Pynchon debe estar un poco loco. Como para que la locura ingrese en una sinergia tal, que nos permita, mientras no entendemos casi nada o a donde se dirige la historia, entrar en un estado de entretenimiento. De aquella clase incondicional, ausente de preguntas. Como si nos hubiéramos convertido en felices lectores de piedra.

Pynchon toma todo lo que hay en el mundo, hasta aquello que existe pero no lo percibimos y nos lo envía como un resorte que golpea y golpea, con rebote, nuestra mente.

He leído V, una obra maestra de una exigencia que pone a prueba los sentidos y la voluntad, pero con una final que genera, por su propiedad acumulativa, una sensación de realización. En lista de espera se encuentra El arco iris de gravedad, una mega historia, constituida por mega historias que se salen de la obra para construir tramas en otras novelas escritas por Pynchon y hacia ella se vierten personajes, lugares, momentos, enigmas producidos en la mente del hacedor que provienen de todas sus historias, como de esta, La subasta del lote 49.

Cuando uno lee a Pynchon nota filtrándose por el rabillo del ojo, desde las palabras que ocultan todo hasta el interior de nuestra mente, una multitud de voces, como si no fuera un solo escritor el que nos narra la intriga. Como si hubiera miles de Pynchon que desde sus ayeres y mañanas, desde sus australes y boreales nos convencieran que, alrededor nuestro, la información es tan vasta, inverosímil y tan consciente de sí y nuestros sentidos son tan diminutos y cutáneos, que plegándose a una broma infinita, ella, nos muestra solo la locura y el secreto como la punta de una montaña de hielo flotante.

La subasta del lote 49 – Thomas Pynchon

Imprescindible

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