jueves, 30 de junio de 2011

Ámsterdam

Clive, Vernon, George y Julian se encuentran en el entierro de Molly Lane. Clive es un extraordinario compositor con la habilidad de convertir cualquier conversación, rumor entre las hojas, aleteo de huida, crepitar de huesos, nostalgia compartida, en una variación, en una armonía o simplemente en la modulación que necesita para terminar la Sinfonía del milenio. Vernon es su mejor amigo y el director de El Juez, un periódico de caída inminente que pierde cada día miles de lectores. Pero Vernon ha sido contratado para cambiar la imagen del conservador diario. George es un multimillonario que prefiere enclaustrarse en su mansión, quizás porque ha asimilado esa conducta cuando se convirtió en el celador de la agonía de su esposa. Julian es el ministro de relaciones exteriores de Inglaterra, fascista, conservador, pro-militarista y con una camino recto hacia el primer ministerio.

A los cuatro los une Molly, que ha dejado este mundo a los cuarenta y seis luego de una agonía sin memoria y una vida llena de sorpresas y expansión. George fue su esposo devoto y neurótico y los otros tres, en distintas circunstancias y lugares, fueron sus amantes. A pesar de aquella vida que parecía ser vida sobre nubes de éxtasis, Molly era un Sol y generaba el más etéreo y magnético de los compromisos. La devoción.

Esta tristeza que convalece luego de la cremación se ve agitada cuando George, con deseos cifrados, le muestra a Vernon unas fotografías de Julian explorando frente a la cámara de Molly sus deseos más primarios. El transvestismo del latente primer ministro de Inglaterra se convierte en la oportunidad de explorar las posturas morales de uno y otro lado de la humanidad.
Ian McEwan, hoy, es uno de los más interesantes escritores en la literatura universal. Ha logrado no solo convertirse en un seductor de la palabra, también ha conmemorado uno de los más ansiados propósitos de la literatura, la sublime creación de la verosimilitud de la ficción. Ha logrado construir todo un mundo, con sus ciudades y jardines, a partir de la verdad de las mentiras.

Cuando leemos a McEwan, no solo vemos genialidad flemática y constante, vemos el movimiento de la historia entre las palabras, como si este artefacto tuviera una vida paralela a la trama.
La creación ha sido estudiada desde múltiples aspectos, desde la biología y psicología hasta la filosofía y epistemología. Así como hoy, es difícil, ubicar el solaz lugar donde la mente se refugia y desde donde proyecta sus avanzadas más diestras y siniestras. Así como la ciencia tropieza frente al cerebro y el corazón tratando de descubrir dentro de ellos el núcleo de la mente, así le ocurre a la creación. Es un fenómeno nómada que cuando descubrimos su sombra en el centro del pecho, ya ha migrado al norte y se esconde entre los pliegues de los hemisferios, y cuando, en absoluto silencio y vacío, nos acercamos para descubrirla entre la corteza y sus circunvoluciones, sospechosa y paranoica, ya huyó a refugiarse fuera del cuerpo, en un lugar desde donde materializa la belleza en forma de una fábula profunda y deslumbrante.

McEwan es un juglar del tiempo, un sabueso que descubre en el espejismo de la realidad el lugar donde anida la creación y dueño del secreto nos brinda obras tan redondas como Ámsterdam.

Ámsterdam – Ian McEwan

Imprescindible

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