Azul es un detective privado y tiene una agencia que ha heredado de Castaño, su antiguo mentor y socio. Un día, como cualquiera, recibe la visita de Blanco. Este le pide que siga a Negro. Le paga por adelantado 500 dólares y le demanda un informe semanal. Azul se muda y desde una habitación alquilada en un tercer piso, frente al departamento donde vive Negro, empieza el seguimiento. Nunca imaginará que su nuevo empleo le tomará años de vigilancia.
Así empieza Fantasmas, una novela oscura, enterrada en la mente de un escritor prodigioso, que resucita para enterrarnos a nosotros en una trama sofisticada y palpitante. Paul Auster nos mantiene en un presente perpetuo a través del acecho y a pesar de que, cada vez más, nos internamos por un túnel espeso, sin aire y sin luz, todo es vertiginoso, como cuesta abajo. Así nos sentimos, tirados por una gravedad diferente, como si le hubieran aparecido brazos y nos estuvieran tomando por los hombros arrastrándonos sin descanso hacia el final de hoyo, que al final, no resulta el final de nada.
Fantasmas es la segunda novela que forma el cuerpo de La Trilogía de Nueva York. No es una continuación de Ciudad de Cristal, ni una precuela. El tejido común esta hecho de algunos elementos estratégicamente articulados entre sí. La oscuridad, el laberinto, el acecho, la temporalidad ausente y el espacio monocromático son los hilos invisibles de una matriz etérea que se percibe a penas, por la comezón que causa el tener contacto con ella. Un cosquilleo que infecta al lector y se expande como las patas de un cangrejo desde un centro que pretende ser infranqueable hasta las extremidades que pretenden ser complejas.
Paul Auster no intenta ahuyentarnos con el juego de las meta realidades que construye (como le ocurriría a cualquier escritor que sin su talento y arte, proyecte retar el desafío), al contrario, es uno de los pocos creadores que desafía la complejidad exponiéndonos un relato que mientras devoramos, idea tras idea, se nos va introduciendo como un virus, con el primario propósito de reestructurarnos.
Así empieza Fantasmas, una novela oscura, enterrada en la mente de un escritor prodigioso, que resucita para enterrarnos a nosotros en una trama sofisticada y palpitante. Paul Auster nos mantiene en un presente perpetuo a través del acecho y a pesar de que, cada vez más, nos internamos por un túnel espeso, sin aire y sin luz, todo es vertiginoso, como cuesta abajo. Así nos sentimos, tirados por una gravedad diferente, como si le hubieran aparecido brazos y nos estuvieran tomando por los hombros arrastrándonos sin descanso hacia el final de hoyo, que al final, no resulta el final de nada.
Fantasmas es la segunda novela que forma el cuerpo de La Trilogía de Nueva York. No es una continuación de Ciudad de Cristal, ni una precuela. El tejido común esta hecho de algunos elementos estratégicamente articulados entre sí. La oscuridad, el laberinto, el acecho, la temporalidad ausente y el espacio monocromático son los hilos invisibles de una matriz etérea que se percibe a penas, por la comezón que causa el tener contacto con ella. Un cosquilleo que infecta al lector y se expande como las patas de un cangrejo desde un centro que pretende ser infranqueable hasta las extremidades que pretenden ser complejas.
Paul Auster no intenta ahuyentarnos con el juego de las meta realidades que construye (como le ocurriría a cualquier escritor que sin su talento y arte, proyecte retar el desafío), al contrario, es uno de los pocos creadores que desafía la complejidad exponiéndonos un relato que mientras devoramos, idea tras idea, se nos va introduciendo como un virus, con el primario propósito de reestructurarnos.
Fantasmas – Paul Auster
Muy recomendable
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