
Cees Nooteboom nos invita a pasear por Bangkok pero no con una guía turística multilingüe, sino a partir de las imágenes que reconcilia un viajero. El viajero anima una calle, un canal y un templo en su memoria como tratando de aprender desde los nombres originales. Es como si Cees Nooteboom nos enseñara un método para viajar y bebernos las ciudades que visitamos.
Para conocer una ciudad debemos ingresar a su tejido, prolongarnos por sus sangres, contemplar la mínima vida que respira desde sus templos. Tailandia significa tierra de gente libre, pero la novela nos muestra un tráfico de necesidades que se interceptan en cruces deleznables y podridos. Cientos de miles de mujeres prostituyéndose en esquinas, en bares, en reuniones, entre ellas otros miles de niñas conforman la carne más tierna del mercado infantil. La violencia desde las armas que puede cambiar el rostro siempre sonriente del tailandés en una mueca salvaje de kilómetros de profundidad. La pobreza que se siente como ese insoportable calor que se pega al cuerpo. Toda esta experiencia demoledora y deteriorante se imbrica con ritualidad y contemplación. Los Budas nos miran desde todos lados, desde todos sus colores, alturas y posiciones. Son testigos de este reino de contradicciones y belleza.
Nooteboom es un viajero inalcanzable pero nos muestra en su prosa mágica y poética imágenes que añoramos desde el futuro y percibimos como lo más interno que deberíamos sentir al asomarnos por parajes tan exóticos y densos como Bangkok.
El Buda tras la empalizada – Cees Nooteboom

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